viernes, 25 de enero de 2013

Cuentos para no dormir: En la ribera del Tajo



Es una fría mañana de otoño, paseo por la ribera del Tajo en una pequeña localidad alcarreña. El agua refleja el sencillo puente creando una perfecta circunferencia mitad piedra mitad espejismo. Un puente objeto de tantas batallas y víctima de numerosos ataques que se erige una y otra vez por el tesón de un pueblo y la necesidad de unir lo que el río divide.  

Algo llama mi atención, me acerco un poco más a la orilla, el barro mancha mis zapatos pero yo sigo con la mirada puesta en lo que me hace temblar, temo acercarme, pero la curiosidad me puede.

Mis sospechas se confirman, junto a la orilla, lo que parece un tronco o la raíz de un árbol retiene de la corriente una mano que asoma a duras penas a la superficie. Una botella flota cerca, observo que tiene una cuerda atada y la sigo con la mirada. El hilo se pierde bajo la muñeca e intuyo que está atado a ella.

Pienso en llamar a la policía, pero al notar que hay algo en el interior del plástico intento agarrarlo primero. Una vez más la curiosidad es más fuerte que yo. Me agacho y alargo mi brazo, pero no consigo alcanzarlo, temo caerme. Miro a mi alrededor, es muy temprano pero puede aparecer alguien. No veo a nadie. Camino unos pasos hasta encontrar el palo con la única compañía que el sonido de las hojas que crujen con mis pisadas y un breve murmullo del agua. Ni siquiera los pájaros me acompañan en este momento. 
Vuelvo a la orilla y con el palo alcanzo la botella. Con un poco de dificultad engancho la punta del palo a la cuerda y tiro suavemente de ella.

Un momento, tal vez esto sea la prueba de un crimen. ¿Qué estoy haciendo? Debería dejarlo todo y llamar a la policía…

Pero no, una fuerza interior me impulsa. A pesar de todo, decido ser prudente y me pongo los guantes que he cogido para protegerme del frío, pero que siguen en los bolsillos de mi abrigo.

Abro la botella y la vuelco. Un cilindro de papel cae en la palma de mi mano y cuidadosamente lo extiendo. La letra es redondeada pero pequeña y muy estrecha, casi ilegible. Comienzo a leer:

A quien me encuentre:
No busquen a un culpable de mi muerte, mas yo soy la única responsable. 
Un  veintisiete de octubre de hace treinta y cinco años di a luz a dos bebés, a pesar del dolor y el aturdimiento, estoy segura de haber escuchado a esas criaturas llorar, y lo he recordado cada noche desde entonces. Sin embargo, me dijeron que habían fallecido y me enseñaron el certificado de defunción que más tarde se negaron a entregarme. Salí de la clínica con el alma desgarrada y el cuerpo destrozado, con la única compañía de un marido que me abandonaría antes de un mes dejándome sola en este mundo.
Durante estos años he vivido por y para averiguar la verdad de lo ocurrido y para buscar a mis pequeños porque, aunque nadie me creyó nunca, siempre he sabido que mis hijos vivían. 
Los busqué por los colegios de la comarca; intentando reconocer una mirada, un gesto; llamé a cientos de puertas y por fin, después de muchos años, apareció una esperanza.
Hoy, esa esperanza, un monstruo disfrazado de ángel, se ha esfumado. Apenas tengo fuerzas, estoy sola y enferma. La motivación por la que cada mañana afrontaba un nuevo día se ha evaporado, me rindo.
Sé que nunca los encontraré, que tendrán sus vidas y una familia en la que no tendría cabida. Tal vez desde el cielo los encuentre y pueda observarlos como si de una película se tratase, como un mero espectador. Es ya la última esperanza que me queda.
Pese a todo, quería dejar escrito en la tierra cuánto les quiero, y aunque nunca lean estas líneas, permanecerán escritas más allá de mi último aliento.
Emilia  Rendón

 
Con un nudo en la garganta, incapaz de asimilar la información, las piernas me flaquean y necesito sentarme. 
Busco el árbol más cercano para apoyarme y aún con la carta en la mano, cierro los ojos y respiro lentamente hasta que la sensación de vértigo desaparece. Meto la mano de nuevo en el bolsillo del abrigo, esta vez para buscar el teléfono y le doy a rellamada.
Rodrigo, necesito que vengasla voz me tiembla.

¿Dónde estás?

En Trillo, en la ribera del río.

¿Te has vuelto a meter en un lío? ¿Estás colocado?

No, no es eso, pero tienes que venir. He encontrado el cuerpo de una mujer.

¿Has llamado a la policía?

Te estoy llamando a ti, ¿no estás hoy de servicio?

Joder, César, ¿por qué quieres que vaya yo?

Porque creo que es mamá.



jueves, 24 de enero de 2013

Cuentos para no dormir: La Orquídea






¡Una orquídea! Es preciosa, cariño le besa. ¿Qué tal ha ido el viaje?


Bien, aunque estoy muy cansado.


Entonces ponte cómodo, le busco un lugar a esta preciosidad y preparo la cena.


Contempla la orquídea contenta y con admiración, adora las flores y espera con ilusión el regreso de su marido cuando viaja por trabajo, momento en que él acostumbra a obsequiarla con una bella flor.


Lo que la joven esposa ignora es lo que él esconde en cada una de esas plantas.


Mientras ella coloca ante la ventana la maceta, él observa su trofeo, cada una de estas bellezas, rosal, petunia, geranio, gerbera, tulipán, azalea y violeta, es el recuerdo de una atrocidad. En cada uno de sus viajes viola, tortura y asesina a una mujer y, en recuerdo de su sádico acto, elige la flor que considera más apropiada a su víctima y se la brinda a su mujer como ofrenda, cual perfecto esposo que la ha añorado en su ausencia.


De este modo, mientras ella permanece ajena a esta barbarie creyendo que él alimenta su amor, el monstruo nutre su ego y sus fantasías contemplando unas simples macetas y sonriendo a su cándida esposa desde su elegante sillón de tafetán verde azul.

martes, 15 de enero de 2013

"Hoy puede ser un gran día"...



...dijo su madre.

Y sí, fue un gran día, un maravilloso día en el que el milagro de la vida tomó protagonismo en una noche de frío invierno, como un rayo de sol que se cuela en la habitación invadiéndola con su luz y calor. Pero este haz de luz no solo ilumina la estancia, sino que irradia su destello a sus ocupantes, a todo lo que la rodea, porque eso es ella, luz y calor en nuestra familia.

Bienvenida, tesoro. Me muero de ganas de tenerte en mis brazos y besar tus preciosos mofletes.

domingo, 13 de enero de 2013

Puertas



Hay puertas que abren nuevos horizontes, otras que cierran oportunidades, puertas abiertas, cerradas, encajadas o entornadas, sólidas o endebles, grandes o pequeñas, anchas o estrechas, altas o bajas, de hierro o de madera, verdes, azules, rojas o de diversos colores. Antiguas o nuevas, bonitas o feas, una puerta es un cambio, un cerrojo puede ser una meta, pero siempre significará el paso hacia algún lugar. Puede que seas feliz en tu vida y no quieras probar a abrir la puerta que te encuentras en el camino, pero si no lo eres, si te falta algo, no tengas miedo, ábrela y descubre qué te depara tu destino.

viernes, 11 de enero de 2013

El arte de amar los libros




Sueño con un mundo lleno de fantasía, con viajar a través de cuentos y novelas, conocer extraños personajes, descubrir nuevos mundos, divertirme, tener aventuras, emocionarme, vivir historias de amor, temblar de miedo, resolver crímenes y misterios, perderme en bosques o islas, asaltar castillos y recorrer desiertos… Enséñame a leer los libros que cuentan esas maravillosas historias y fábulas, guíame para perderme en ellos y experimentar grandes experiencias. Regálame el arte de amar los libros.

jueves, 10 de enero de 2013

Fin de un viaje infinito



John pierde su mirada en el horizonte. Con su mente viaja sobrevolando el océano, surcando los mares y sus maravillosos tesoros marinos: peces de colores, preciosas medusas, moluscos gigantes y paraísos de corales; hasta llegar a la costa opuesta, la orilla de un hogar que abandonó en busca de un sueño.
Añora su tierra, su familia, sus amigos. Aún percibe el aroma de la panadería de la esquina, el tic-tac del reloj de su casa, el olor a puerto y la silueta de los barcos al atardecer. Pero aún así, es feliz, en el fin de un viaje infinito, cargado de errores, desilusiones y vanos esfuerzos, por fin ha cumplido su sueño.  


miércoles, 9 de enero de 2013

Dulce Rico


La cama tenía un gran cabezal de hierro dorado y el edredón que la cubría era una colcha de pachwork que le habían cosido entre su madre y su abuela materna. En ella estaba escrita, o mejor dicho cosida, la unión de la historia de su familia paterna, la pastelera y la de su familia materna, que había trabajado en un famoso circo hasta que su abuelo había aterrizado en aquella pequeña ciudad y se había enamorado de su abuela. Pasteles y tartas se mezclaban en aquella manta con elefantes, trapecistas y payasos. Cada noche Dulce repasaba con sus dedos aquella historia y soñaba con poder abrigar con ella a sus propios hijos. Pero esa noche tenía tanto sueño que se durmió sobre ella. 

(Fragmento del relato "Dulce Rico" publicado en antología "Veinte Pétalos")