Es una fría mañana de otoño, paseo por la
ribera del Tajo en una pequeña localidad alcarreña. El agua refleja el sencillo
puente creando una perfecta circunferencia mitad piedra mitad espejismo. Un
puente objeto de tantas batallas y víctima de numerosos ataques que se erige
una y otra vez por el tesón de un pueblo y la necesidad de unir lo que el río
divide.
Algo llama mi atención, me acerco un poco más
a la orilla, el barro mancha mis zapatos pero yo sigo con la mirada puesta en lo
que me hace temblar, temo acercarme, pero la curiosidad me puede.
Mis sospechas se confirman, junto a la orilla,
lo que parece un tronco o la raíz de un árbol retiene de la corriente una mano
que asoma a duras penas a la superficie. Una botella flota cerca, observo que
tiene una cuerda atada y la sigo con la mirada. El hilo se pierde bajo la
muñeca e intuyo que está atado a ella.
Pienso en llamar a la policía, pero al notar
que hay algo en el interior del plástico intento agarrarlo primero. Una vez más
la curiosidad es más fuerte que yo. Me agacho y alargo mi brazo, pero no
consigo alcanzarlo, temo caerme. Miro a mi alrededor, es muy temprano pero
puede aparecer alguien. No veo a nadie. Camino unos pasos hasta encontrar el
palo con la única compañía que el sonido de las hojas que crujen con mis
pisadas y un breve murmullo del agua. Ni siquiera los pájaros me acompañan en
este momento.
Vuelvo a la orilla y con el palo alcanzo la botella. Con un poco
de dificultad engancho la punta del palo a la cuerda y tiro suavemente de ella.
Un momento, tal vez esto sea la prueba de un
crimen. ¿Qué estoy haciendo? Debería dejarlo todo y llamar a la policía…
Pero no, una fuerza interior me impulsa. A
pesar de todo, decido ser prudente y me pongo los guantes que he cogido para
protegerme del frío, pero que siguen en los bolsillos de mi abrigo.
Abro la botella y la vuelco. Un cilindro de
papel cae en la palma de mi mano y cuidadosamente lo extiendo. La letra es redondeada
pero pequeña y muy estrecha, casi ilegible. Comienzo a leer:
“A quien me encuentre:
No busquen a un
culpable de mi muerte, mas yo soy la única responsable.
Un veintisiete de octubre de hace treinta y cinco
años di a luz a dos bebés, a pesar del dolor y el aturdimiento, estoy segura de
haber escuchado a esas criaturas llorar, y lo he recordado cada noche desde entonces. Sin embargo, me dijeron que habían fallecido y me
enseñaron el certificado de defunción que más tarde se negaron a entregarme.
Salí de la clínica con el alma desgarrada y el cuerpo destrozado, con la única
compañía de un marido que me abandonaría antes de un mes dejándome sola en este
mundo.
Durante estos años he vivido por y para averiguar la
verdad de lo ocurrido y para buscar a mis pequeños porque, aunque nadie me
creyó nunca, siempre he sabido que mis hijos vivían.
Los busqué por los colegios de la comarca; intentando
reconocer una mirada, un gesto…; llamé a cientos de puertas y
por fin, después de muchos años, apareció una esperanza.
Hoy, esa esperanza, un monstruo disfrazado de ángel, se
ha esfumado. Apenas tengo fuerzas, estoy sola y enferma. La motivación por la
que cada mañana afrontaba un nuevo día se ha evaporado, me rindo.
Sé que nunca los encontraré, que tendrán sus vidas y una
familia en la que no tendría cabida. Tal vez desde el cielo los encuentre y
pueda observarlos como si de una película se tratase, como un mero espectador.
Es ya la última esperanza que me queda.
Pese a todo, quería dejar escrito en la tierra cuánto les
quiero, y aunque nunca lean estas líneas, permanecerán escritas más allá de mi
último aliento.
Emilia Rendón”
Con un nudo en la garganta, incapaz de
asimilar la información, las piernas me flaquean y necesito sentarme.
Busco el
árbol más cercano para apoyarme y aún con la carta en la mano, cierro los ojos
y respiro lentamente hasta que la sensación de vértigo desaparece. Meto la mano
de nuevo en el bolsillo del abrigo, esta vez para buscar el teléfono y le doy a
rellamada.
—Rodrigo,
necesito que vengas— la voz me tiembla.
—¿Dónde estás?
—En
Trillo, en la ribera del río.
—¿Te has vuelto a meter en un lío? ¿Estás colocado?
—No, no es eso, pero tienes que venir. He encontrado el cuerpo de una mujer.
—¿Has llamado a la policía?
—Te
estoy llamando a ti, ¿no estás hoy de servicio?
—Joder, César, ¿por qué quieres que vaya yo?
—Porque
creo que es mamá.