—¡Una orquídea! Es preciosa, cariño —le besa—. ¿Qué tal ha ido el viaje?
—Bien, aunque estoy muy cansado.
—Entonces ponte cómodo, le busco un lugar a esta preciosidad y preparo la cena.
Contempla
la orquídea contenta y con admiración, adora las flores y espera con ilusión el
regreso de su marido cuando viaja por trabajo, momento en que él acostumbra a
obsequiarla con una bella flor.
Lo
que la joven esposa ignora es lo que él esconde en cada una de esas plantas.
Mientras
ella coloca ante la ventana la maceta, él observa su trofeo, cada una de estas
bellezas, rosal, petunia, geranio, gerbera, tulipán, azalea y violeta, es el
recuerdo de una atrocidad. En cada uno de sus viajes viola, tortura y asesina a
una mujer y, en recuerdo de su sádico acto, elige la flor que considera más
apropiada a su víctima y se la brinda a su mujer como ofrenda, cual perfecto
esposo que la ha añorado en su ausencia.
De
este modo, mientras ella permanece ajena a esta barbarie creyendo que él
alimenta su amor, el monstruo nutre su ego y sus fantasías contemplando unas
simples macetas y sonriendo a su cándida esposa desde su elegante sillón de tafetán
verde azul.
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